El día que pisé por primera vez la Escuela Superior de Arte Dramático de Córdoba, me tropecé y caí de bruces.

Con la poca dignidad que me quedaba, me levanté sin querer mirar a mi alrededor. Aún no era consciente de que la comedia y el clown iban a ir de la mano de mi carrera profesional… Pero sí tuve la certeza de que la interpretación se convertiría en el motor de mi vida.

Casi treinta años después y algún resbalón que otro, esa certeza sigue intacta.

Hoy sé que me dedico a esto porque me salva de lo anodino de lo cotidiano, me alienta a crecer y a seguir aprendiendo. Me regala soñar, conocer la vida desde otros lugares. Me abre la puerta a otros mundos de la mano de los personajes que habito y me empuja a traspasar mis propios límites.

Me permite la libertad absoluta y además, me la permite jugando.